31 jul 2017

Negro Tricolor

Hoy amanecí de luto.

¿Cómo le explicas a alguien ajeno a la situación que, ese país hermoso al norte del sur, repleto de riquezas, harto en paisajes, cuna de mártires y patrimonio de la libertad, pasó de ser un paraíso a encontrarse en la peor crisis de su historia?

¿Cómo le enseñas a un extraño que, en aquella nación tan fértil, muere gente de hambre todos los días?

¿Cómo le haces entender a un extranjero que esa república con las mayores reservas de crudo en el mundo, cuenta con una de las monedas más miserables del globo?

¿Cómo le dejas claro a alguien que no comparte tu nacionalidad que aquel país donde un héroe y su espada le enseñaron a sus vecinos el verdadero significado de la soberanía, está ahora suplicando por ella mientras es azotada por las manos de un tirano? 

Es imposible. Somos una paradoja viviente.

Aunque pasé por mil mudanzas y me crié a lo largo de muchos estados, fue Caracas donde nací y fue en unos de sus infames barrios donde viví mis primeros años, no hay reparo en decirlo. 

Me tocó ver pobreza de cerca, me toco ver a la muere a los ojos , me tocó codearme con el vicio y la perdición en mi día a día. Y esto, a pesar del peligro que representó, lo considero mi bien más preciado y mi tesoro más invaluable pues, hace falta venir desde muy abajo para verdaderamente conocer y comprender todo lo que hay en el camino hacia arriba. 

Corrí por costas persiguiendo la brisa salada, pasee por pueblos guiado por el implacable sol, caminé la ciudad de la mano con su caos y me dejé conquistar por cada historia, cada calle, cada cultura y cada acento que me topaba en mi camino. Me enamoré de mi país.

Y es por estar tan enamorado que me duele verlo sufrir tanto, sin ápice de esperanza, sin luz al final del túnel ni nada en qué creer más que el sueño de que alguna vez, algún día, en algún momento, el tirano se cansará de azotar.

El amarillo de nuestro tricolor; nuestras riquezas, actualmente solo está para llenar los bolsillos de la lista de criminales que nos rige. El azul; el cielo de Dios que nos cobija y los mares que nos envuelven; se convirtió en un Dios que parece ausente y nos dejó desamparados entre mares y cielos cada vez más grises. El rojo; La sangre de nuestros libertadores, es ahora rebasada en creces por la sangre que inunda nuestras calles hoy en día, solo que en esta ocasión en vez de militares a caballo, son hombres, mujeres y niños inocentes.

Es el colmo, por más que busco encontrar una justificación a tanta maldad y tanto daño, fracaso perdiéndome entre ataques de estrés y frustración. No nos merecemos esto. Nadie se lo merece.

Lo peor del caso, como si ya fuera poco, es que esta mierda es un cáncer que hizo metástasis en todos nosotros. No queda un solo compatriota inocente o puro, todos hemos sido envenados por la malicia, la desconfianza, la maldad o la tristeza extrema, algunos menos que otros, claro está, pero me incluyo en esa lista sin ningún tipo de duda. Nos quitaron el privilegio de ser cándidos, pues en el infierno, no hay ángel que sobreviva.

No recuerdo la última vez que recibí una buena noticia, y deje de contar las malas. El amanecer cada vez tarda más en llegar y este cielo gris no parece tener intenciones de despejarse pronto.

¿Qué sigue? No lo sé, y dudo que haya alguien que lo sepa con certeza. Solo queda tragar en seco, llorar, maldecir, mirar hacia arriba a orarle al dios de tu preferencia, morder la bala o simple y llanamente resignarse. 

Cada quien es libre de hacer lo que quiera pues, si nos queda algo de independencia, es para afrontar esto como buenamente podamos. Yo, aún no me decido si uno, lo otro, o todo lo contrario. Estoy demasiado furioso como para pensar en qué pensar.

Solo sé que espero poder verte libre, amada mía, y que no pases a ser un simple cuento de dormir para mis hijos, criados lejos de tí. 

Paz a los caídos, 
fuerza para los que siguen de pie.

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