Han pasado dos horas desde que decidí escupir estas
palabras, dos horas sentado frente a un teclado, mirándolo como si fuese la
primera vez que me topo con uno y no acabo de comprender para qué sirve ni con
qué fin se usa.
Es un hecho; me oxidé.
Tanto, que releyendo mis obras pasadas que datan de
hace siete años — si es que no más — me lleno de un sentimiento de admiración
tan enorme que solo es comparable con la primera vez que Le Petit
Prince se narraba a sí mismo dentro de mi cabeza.
Me admiro, como aquel que admira a alguien que vive
una vida con la que él solo sueña, me admiro como aquel que centra su esfuerzo
en hacerla realidad y me admiro como aquel que en el fondo sabe que JAMÁS lo
logrará... Me admiro como si ese chiquillo de hace unos años no fuese yo mismo.
Me alejé de las letras. En mi ignorancia empecé a ver
mi arte como algo mucho más pequeño y modesto que eso; lo infravaloré de tal
manera que empecé a considerarlo una etapa que tarde o temprano debía quemar,
pues: "Si mi inspiración es la tristeza, no ha de ser bueno para mi"
En resumidas cuentas, la cagué.
Se me han acumulado los años sin escribir, y cual
músculo, mi capacidad literaria se ha ido atrofiando, diluyéndose entre sí
misma, deshaciéndose entre un largo y tedioso letargo autoinducido por capas y
capas de estabilidad, conformismo y una profunda dejadez que acolcha, adorna y
decora mi zona de confort — de lo más cómoda, he de admitir — pero carente de
ventanas, blindada, y reforzada con mil y unas excusas para mantenerme en ella,
prohibiéndome mirar lo que se esconde allá fuera.
Aun así, para mi sorpresa, y muy a pesar de todo
aquello, la misma fuerza que en algún momento me encerró allí, hoy por pura
inercia y de manera violenta y firme me empuja para salir. Mi pecho es una
concha acústica donde infinidades de ecos rebotan y se chocan, contenidos
dentro de su propia prisión, demandando con cada vez mayor ímpetu su libertad
de una buena vez. Hay que entenderlos, estos ecos son adictos al papel, y
llevan demasiado tiempo pasando por un desastroso síndrome de abstinencia.
Basta ya.
Necesito de mi arte a la par que él necesita de mí, y
estamos demasiado enamorados el uno del otro como para separarnos ahora, cuando
más nos necesitamos. Es momento de intentar hablar las cosas, limar nuestras
diferencias, y reconciliarnos una vez más.
Al carajo esta burbuja, al carajo los cojines, las
paredes con textura, sus colores planos y su carencia de ventanas. He cometido
un error, y si la vida me vuelve a poner a elegir entre estabilidad y comodidad
o darle rienda suelta a mi letra, a mi arte, a mi yo interno, jamás consideraré
de nuevo la primera opción.
Jamás.
Alimenten
su arte
Cuídenlo,
así como él cuida de ustedes
No
lo dejen morir por nada del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Eres libre de comentar, halagar, críticar y aconsejar.